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                              LA DEMOCRACIA
martin                                              
No a muy pocos ciudadanos inteligentes de esta pequeña extensión –invadida, saqueada, explotada y colonizada- del macizo andino de América del Sur (El Ecuador) debe resultarles fácil entender por completo o en forma absoluta a las antojadizas interpretaciones que se hace del concepto y significado real de la DEMOCRACIA; concepto y significado que enuncia primordialmente a ésta, como un sistema de gobierno en el cual la soberanía del poder reside y está sustentada, en el pueblo (bueno esa es la idea rectora).

Lógicamente, en el campo teórico del espectro cognitivo de quienes vivimos escuchando las astutas definiciones politiqueras, seguimos –de buena fe- convencidos de que democracia es la capacidad o facultad que los ciudadanos tenemos –sin discriminación étnica o de cualquier otro sentido prejuicioso- para elegir en “plena libertad” a quienes deben representarnos con voz y voto en los distintos niveles del poder gubernamental; bien, sobre todo, según la percepción personal de nuestros intereses y de la calidad de navegantes con la que nos identificamos en la gran embarcación partidista que recorre cotidianamente por el inmenso piélago político nacional.

Para el ideólogo y el militante de la derecha, desde su perspectiva neoliberal, la democracia es la libertad individual que tienen los ciudadanos para proveerse de medios económicos a través de recursos no exactamente legales ni morales (puesto que la legalidad o la moral no son, para el liberal, sino simples conceptos filosóficos). Es decir, la libertad para extender el derecho individual a través del poder económico y explotar a los semejantes sin la intervención de ninguna norma de censura estatal.

Para la mayoría de los ideólogos de la derecha tanto el discurso como la práctica política -respecto de la pobreza- ha evidenciado ciertos cambios que intentan ser socializantes pero que definitivamente tienen una marcada tendencia burguesa u oligárquica, y aborrecen como una llaga indeseable toda expresión o acechanza socialista.

Para un ideólogo o un militante de LA IZQUIERDA la democracia es un sinónimo imponderable de socialización o de igualdad social que se puede conseguir fundamentalmente a través de la lucha armada y/o –con excepcionalísimas circunstancias- a través de un proceso político que tiene múltiples limitaciones como el hecho de alternar obligatoriamente con la principal característica del capitalismo, el mercado libre. Para la mayoría de los militantes de izquierda no es muy difícil adaptarse a los mecanismos del libre mercado.

Para los ciudadanos e ideólogos de las “CENTROS, izquierda y derecha” la cosa política del concepto -es decir, de la democracia- es mucho más sencilla, puesto que su visión ecléctica les hace ir hacia donde la corriente del mar empuja con mayor poder; en otras palabras, solo es suficiente cambiar el orden de las palabras y los signos de puntuación pero sin alterar en lo principal el principio que señala a la democracia como “la facultad de los ciudadanos para elegir a sus representantes mediante el sufragio universal”.
De los ideólogos y militantes de las “ULTRAS, derecha e izquierda” ya podemos imaginar la tendencia violenta de sus viscerales y políticas contradicciones socio-económicas.

Luego de este importantísimo apartado podríamos seguir analizando las distintas perspectivas del concepto DEMOCRACIA según la clase o la actividad que desempeñemos, y nos quedaríamos cortos.

Sin embargo, y finalmente, más allá de que los ideólogos de las CENTROS y de la DERECHA hayan aprendido a parafrasear con gran desenvoltura (por ejemplo el populismo –que no es varón ni mujer en política-) un mentiroso discurso político, y de que la izquierda –no radical- esperance a los pobres de la patria con la promesa de fantasiosas revoluciones subversivas –que jamás se han hecho evidentes, ni se harán, por su calidad antojadiza, estacionaria y falsa-; hoy, todos los ciudadanos y los pobres –principalmente- del Ecuador tenemos la gran oportunidad de hacer patria o de hacer camino al andar con el socialismo moderno que ha sido, es y será sentenciado por la oligarquía nacional como un enfermo crónico destinado a morir en corto tiempo.

Si al lector le resultare demasiado aventurera mi opinión, solo prendamos y sintonicemos el televisor, la radio, o leamos en la presa cotidiana la visceral argumentación de los neoliberalistas que meten las manos al fuego por supuesto “modelo de desarrollo” fundado en base a la inmigración y asentamiento de la gran producción industrial de todo el país en una sola periferia geográfica ubicada, por ejemplo, en el puerto Guayaquileño.

Debido a ello el neoliberalismo reclama a gritos el separatismo nacional por un “dizque” modelo de desarrollo que le ha servido al puerto guayaquileño como piedra angular a un desarrollo oneroso para los pobres de esa urbe, sin atender el orden político constituido a través del sufragio popular que voto positivamente en el referéndum planteado el domingo 5 de octubre del presente año. Incluso contrariando a una votación guayaquileña que alcanzó un denominado empate técnico y no una abrumadora negativa en contra de las propuestas de la ahora constitución política del Ecuador.

Si la realidad socioeconómica de las distintas provincias del país no fuere paupérrima, ya tendríamos un gran bloque político-económico anunciando sus separatistas proclamas autonómicas con el propósito de administrar sus propios recursos haciendo énfasis en un “modelo de desarrollo” que siempre tuvieron a la mano y que no supieron utilizar con objetividad. Es decir, el socialismo moderno no les coartara el desarrollo colectivo sino el de los “amarres” y los beneficios individuales o de grupo; para hacerlo tendría que declararse abolidos el libre mercado y la propiedad privada.

¿Pero realmente el socialismo es un enfermo terminal?
¿Acaso no nos dice nada el tremendo y virulento terremoto bursátil en el planeta declarado y provocado por la desaceleración económica del imperio norteamericano? La cuna del perfecto capitalismo o neoliberalismo.

De nuestra participación activa depende que el concepto DEMOCRACIA no siga siendo el concepto interpretativo de una minoría amargada, sino, una verdadera doctrina social cuya teoría y práctica no haga diferencia radical entre los ecuatorianos. 

14 de octubre del 2008

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