HUAQUILLAS, GRITO LITERARIO - DEL INEXTINGIBLE AMOR MATERNAL
 

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DEL INEXTINGIBLE AMOR MATERNAL
Lcdo. Martín Zambrano Astudillo. 

En el sector de Carcelén al norte de la ciudad de Quito, ya caída la noche del 28 de septiembre, un niño de siete años sube a la terraza de su casa para cumplir con el encargo que le había sido asignado; alimentar a un par de pitbulls maduros adquiridos por su padrastro 15 días atrás.

Por la mente ingenua del infante –como era lógico- jamás cruzó ni la más remota idea del peligro mortal al que se enfrentaría momentos después de acceder al lugar donde se encontraban los feroces y temibles canes.

En el piso inferior a la terraza Verónica Brito, su progenitora, se encontraba a punto de concluir las arduas labores cotidianas. Ninguna percepción sobrenatural, ningún presentimiento funesto activó la alerta de sus amantísimas fibras sensibles. El desarrollado radar emocional maternal, que es capaz de advertir con increíble precisión los eventos trágicos familiares, se encontraba notoriamente desconectado mientras su tierno hijo se encaminaba -divertida y confiadamente- hacia el irremediable encuentro con una muerte inesperada y horrorosa que sería causada por el poder de las fauces feroces de dos bestias poseídas por un frenesí sanguinario y depredador.

El niño llega hasta el apartado donde se encontraban los pitbulls, para proveerles el alimento que llevaba, cuando de pronto un gesto de insondable, indefinible y angustioso terror asoma en su tierno rostro ante el ataque veloz y furibundo de las descomunales bestias que lo reducen con suma facilidad. Los dientes de los poderosos canes muerden y arrancan trozos de piel y carne del rostro y cuerpo del niño que yace en el piso con la vida casi extinguida.

La madre del niño, segundos antes, ha dejado por un momento la faena doméstica obligada por un impulso misterioso y angustioso que la anima a subir de inmediato hacia la terraza. Corre por el pasillo que conduce a la escalera y accede a la terraza para apreciar en toda su intensidad aquella horrenda escena en la que su hijo es destrozado despiadadamente por la furia de las fauces de los canes y, sin pensarlo dos veces, va hacia su hijo y lo toma entre sus brazos para protegerlo con su cuerpo. Las dentelladas furibundas de los pitbulls encuentran un nuevo objetivo y se hunden dolorosamente en su carne mientras Verónica Brito logra escapar llevando al exánime hijo entre sus ensangrentados brazos con la intención de salvar esa pequeña vida de sus entrañas que ya había dejado de palpitar. Los vecinos acuden al alboroto y conducen a madre e hijo al hospital más cercano.

Un par de horas más tarde la ingobernable y endemoniada agresividad de los pitbulls es contenida por los proyectiles de las armas del personal policial que ha sido solicitado por los alarmados moradores del sector. 

7 de octubre del 2008

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